Para los griegos, la filosofía no era tanto un asunto teórico como una cuestión práctica: se trataba de vivir de un modo específico, de llevar una vida de acuerdo con unos determinados principios. Consistía principalmente en una serie de “ejercicios espirituales” (según la terminología de Pierre Hadot), de técnicas sobre uno mismo que tenían como fin la modificación del carácter, el dominio de las pasiones y el perfeccionamiento del individuo.
Sujeto y verdad
Según él mismo reveló en una de sus últimas entrevistas: “Lo que he estudiado son tres problemas tradicionales: 1) ¿Cuáles son las relaciones de verdad a través del conocimiento científico, con esos “juegos de verdad” que son tan importantes en la civilización y en las que somos, a la vez, sujeto y objeto?; 2) ¿Cuáles son las relaciones que entablamos con los demás a través de esas extrañas estrategias y relaciones de poder?; y 3) ¿Cuáles son las relaciones entre verdad, poder e individuo? ¿Qué podría ser más clásico que estas preguntas y más sistemático que la evolución a través de las preguntas uno, dos y tres, y vuelta a la primera? Me encuentro justamente en ese punto”.
¿Filósofo o historiador?
Cuando le preguntaban a Foucault si él era un filósofo o un historiador, solía responder lo siguiente: “No creo que sea necesario saber exactamente lo que soy. En la vida y en el trabajo lo más interesante es convertirse en algo que no se es al principio. Si uno supiera al empezar un libro lo que va a decir al final, ¿cree usted que uno tendría el valor de escribirlo? Lo que es verdad de la escritura y de la relación amorosa también es verdad de la vida. El juego merece la pena en la medida en la que no se sabe cómo va a terminar”.
Recordemos que Foucault había sido famoso por introducir objetos de investigación filosófica que anteriormente no habían sido considerados por los filósofos tradicionales, como la locura, el crimen o la sexualidad, y ahora dedicaba los últimos años de su vida a investigar estas “tecnologías del yo” que utilizaron los filósofos de la Antigüedad para trabajar sobre sí mismos. Él mismo reconocía que “cada una de mis obras es parte de mi propia biografía. Por algún motivo he tenido la ocasión de vivir y sentir estas cosas”.
Sócrates, modelo a seguir
Y quién mejor que Sócrates para ejemplificar este cuidado de uno mismo, ese afán por dejar de preocuparse por la fama, el honor o las riquezas y comenzar a ocuparse de lo que es verdaderamente importante, del cuidado de tu alma, pues “en lo que se refiere a tu razón, a la verdad y a tu alma, que habría que mejorar sin descanso, no te inquietas por ellas y ni siquiera las tienes en consideración” (Apología de Sócrates, 29a). Foucault nos recuerda que Sócrates es el hombre que encarna a la perfección esta preocupación por uno mismo.
Una muerte prematura
Nos encontramos a primeros de junio de 1984. Michel Foucault lleva trabajando varios meses de manera intensiva, dejándolo todo listo para la publicación de los tres últimos volúmenes de su Historia de la sexualidad, a pesar de una gripe que arrastra desde hace tiempo y que dificulta enormemente su trabajo. Parece que en su fuero interno supiera que tiene sida y que se acerca ya su fin. El primer volumen de esta obra había aparecido ocho años atrás con el título de La voluntad de saber (1976), y desde entonces Foucault no ha publicado ningún otro libro, por lo que en los cenáculos parisinos se rumorea que el gran filósofo está acabado, que ya no tiene nada que decir. Él, a pesar de todo, sigue trabajando hasta el último momento, corrigiendo una y otra vez los manuscritos, hasta que el 2 de junio pierde el conocimiento en su domicilio de París (morirá pocas semanas después).
Para conocer esta tercera etapa de Foucault (mientras esperamos que se traduzcan al español los dos últimos cursos que Foucault impartió en el Collège de France y que se han publicado en francés hace pocos años), en la que el autor emprende una “problematización del sujeto” (en palabras de Frédéric Gros), sólo disponíamos en español de las conferencias que impartió en Estados Unidos sobre la parresía —recientemente publicadas en Discurso y verdad en la antigua Grecia (2004)— y de algunas entrevistas, resúmenes de los cursos del Collège y otros textos circunstanciales que Ángel Gabilondo había seleccionado en Estética, ética y hermenéutica (2000) entre los materiales que se publicaron en los dos volúmenes póstumos de Dits et écrits.
Sus investigaciones coinciden sustancialmente con las que Pierre Hadot inició por esas fechas (aunque éste se distanció de ciertos “excesos” de la interpretación foucaultiana) sobre la filosofía antigua como una práctica más que como una teoría, y que han supuesto una auténtica revolución en la forma de entender la historia de esta (y por extensión, de toda la historia de la filosofía). ❖ Gabriel Arnaiz